Día del Periodista: Una vuelta por la Redacción de los ’90
Escribe Hernán Sotullo
Cada Día del Periodista me regresa a pretéritos recuerdos, aquellos que me instalan en la memoria el día que comencé a ejercer el periodismo sentado en la Redacción del diario “La Opinión”, que aún persiste tozudamente, tal cual un Quijote peleando contra molinos de viento.
Homologaba mi vieja sospecha de que en mí llevaba la criatura interna del periodista, y me rendía ante la evidencia de que definitivamente existen las vocaciones.
Confirmé también que el periodismo es una artesanía, un oficio que se aprende ejerciendo. Para ello es esencial ir revisando errores que inevitablemente se cometen con el sano propósito de que cada uno sea un aprendizaje para no persistir en ellos, y elevar la vara de la excelencia, asumiendo que quizás, el peor de los pecados no sea, como decía Borges, la desdicha, sino la mediocridad.
En esa permanente tarea de formación, el periodismo nos enseña que es el quehacer en el que no hay lugar para las verdades absolutas. Todo lo contrario: Es la duda, la verificación de datos, la interrogación constante. Y donde todo parece establecer una certeza, el periodismo contrapone siempre una interpelación. Preguntar, indagar, conocer, vacilar, confirmar las veces que sea necesario antes de informar son los verbos capitales de esta profesión, para que las palabras no se vuelvan como un bumerán.
Por eso en el ambiente circula un chiste que se pregunta por la diferencia existente entre un cirujano y un periodista. La respuesta es que el médico entierra sus errores; el periodista los publica.
Cierres demorados
En estos entrañables diarios del interior, a diferencia de los grandes medios nacionales que poseen periodistas especializados en temas específicos, confluimos en ser todos “expertos” en generalidades, para cubrir tanto juicios orales, como hechos policiales, accidentes viales, actos políticos, escolares y de fechas patrias, espectáculos artísticos, atender la demanda ciudadana, escribir un editorial, arriesgar una opinión sobre alguna materia, entrevistar a personajes de toda laya, o lo que fuere.
En nuestra época éramos nómades dispersos en la búsqueda de la información, había que patear la calle. Hoy los jóvenes periodistas, provistos de mayores recursos tecnológicos y el uso de las redes sociales son más sedentarios, lo que no invalida su trabajo. Son los cambios que llegan con cada época.
Después teclear, a veces, hasta atropelladamente para concluir la nota y no demorar el cierre, aunque ello inesperadamente ocurría. No en pocas ocasiones nos ha sucedido con la edición terminada, que la sirena de los bomberos o algún otro acontecimiento que merecía tratamiento prioritario, nos obligaba a repensar incluso hasta la tapa, contando siempre con la paciencia de las chicas armadoras de las páginas, y los muchachos del taller, todos inolvidables compañeros.
El periodismo no suele ser un camino para ganar amigos, a juzgar por las quejas por alguna nota o título que solíamos recibir, no obstante, el máximo cuidado que se ponía especialmente en temas delicados. A propósito, un viejo proverbio indio dice: “Cuando hables o escribas procura que tus palabras sean mejor que el silencio”.
Pero el predisponerse poco permeable a la crítica conlleva al estado de sentirse inevitablemente una víctima, sin comprender que el periodismo es un auditado permanente. Si no lo fuera, perdería una porción de su razón de ser.
Ganar la vida
No nos era ajeno la desventaja que teníamos respecto de radios y televisión, cuando el hecho era tempranero y ya había sido desarrollado largamente por esos medios. Había que vestirlo con otras aristas y variantes que hicieran atractivo contar el mismo suceso al día siguiente.
Ese es otro de los buenos atributos que deben caracterizar al periodista, el de saber configurar la trama conducente a seducir al lector para que una noticia ya conocida no se vuelva reiterativa, sino que se convierta en algo novedoso ataviado con otra mirada, y mejor aún si se la embellece con la elegancia del lenguaje.
Por ello se ha dicho que la literatura es periodismo sin las urgencias del cierre. No es por azar que, en América Latina, grandes escritores fueran alguna vez periodistas: Vallejo, Borges, García Márquez, Onetti, Vargas Llosa, Asturias, Neruda, y Cortázar, entre otros.
La tarea ha concluido. Invocamos para que lo inoportuno no nos devuelva a la computadora. La Redacción va quedando a oscuras. Ahora ya ruge la rotativa, los canillitas llegaran a la madrugada. Desandamos el camino a casa, y entre los pensamientos se me cruza uno que siempre tuve presente: el periodismo nunca es un mero modo de ganarse la vida sino un recurso esencial para ganar la vida.
Mañana nos esperaran otra vez las páginas en blanco. Las completaremos con lo previsto, pero sobre todo con lo súbito, lo impensado, lo fortuito a la que nos invita cada jornada. Son todos ingredientes fundamentales para poblar de adrenalina a un nuevo día en la Redacción, sin perder de vista que, en nuestra tarea para ser mejores, habrá que aproximarse a las premisas que ya dejaron escritas otros orfebres de la pluma: pasión de estudiante, solvencia de maestro y rigor de científico.
El periodismo, finalmente, es un compromiso ético, y quien lo ejerce sólo ofrece su fuerza de trabajo, y en ella, está contenida su información y opinión sagradas, aquellas que no están en venta ni en alquiler para nadie. ¡Feliz día para todos los que desarrollan con nobleza el arte del periodismo!