Un cuento del escritor Osvaldo Soriano tuvo su semejanza en un partido jugado durante la histórica campaña de la selección roja

“El Penal Más Largo del Mundo”, el fantástico cuento de Osvaldo Soriano, uno de los imprescindibles de nuestra literatura, se conoció en ocasión de publicarse su libro “Arqueros, Ilusionistas y Goleadores”. El escritor ubica el episodio en 1958 “en un lugar perdido del Valle de Río Negro”.
Su fascinante lectura, abundante en disparatados personajes, y pintorescas descripciones, evidencia que la ficción suele encadenarse a veces con la realidad, la misma que sucedió en uno de los encuentros celebrados durante la histórica campaña desarrollada entre 1969/70 por la llamada “selección roja” trenquelauquense al disputarse la zona Buenos Aires – La Pampa del campeonato argentino interligas. Partido “chivo”, traducido al lenguaje popular.

Después de haber superado otras instancias regionales el elenco representativo de la Liga Trenquelauquense debía enfrentar al de la Federación de Fútbol del Oeste, con asiento en Rivadavia. Eran tipo “playoff”, de ida y vuelta. El primer choque, el 17 de mayo de 1970, en la cancha de Independiente de América.
El exitoso itinerario del conjunto, había desatado un enorme fervor popular en la afición local que masivamente acudió a alentar a la escuadra que visitaba en la ciudad vecina. Tras un gol anulado a Daniel Goicoechea, el implacable goleador trenquelauquense, por posición adelantada, a los 30 minutos logró ponerse en ventaja con un cabezazo de Juan Carlos Demaría, luego de un centro de su capitán y figura medular Omar Gennarini.
Casi sin que se acallara el grito de gol, cinco minutos después empata Rizziardi al conectar una pelota que no puede neutralizar la defensa roja, y sobre la terminación del primer tiempo el árbitro sanciona una mano dentro del área. Penal para América, que convierte Gaiera con fuerte disparo a la izquierda del guardameta Ricardo Martín, más tarde figura clave en el momento más determinante de la porfía.
Nuevo penal e incidentes

Apenas iniciada la segunda parte, a los 7 minutos, el defensor Cardoso la deja corta al pretender habilitar al golero rojo, aunque vestido de buzo negro, instancia que aprovecha Damero para hacerse esférico, y el arquero trenquelauquense lo derriba en su afán por evitar el gol, cometiendo un nuevo penal, el cual genera un tumulto mayúsculo.
Vuela una piedra que da en la cabeza del árbitro porteño Domingo Capelletti, que es atendido, primero en el lugar y enseguida trasladado a una clínica, por lo que el partido es inmediatamente suspendido. No obstante, en su informe, el réferi, menciona que el motivo de la interrupción fue “por invasión del campo de juego”, sin aludir a la agresión sufrida.
Los ánimos continuaron enardecidos entre las parcialidades fuera de la cancha, a tal punto que con todo el plantel dentro del micro para regresar a Trenque Lauquen, fue interceptado por la policía y conducido a la comisaría sin fundamentos atendibles, donde permanecieron alrededor de una hora, siendo liberados finalmente, sin explicitarles razón alguna.
Ahora había que esperar la decisión del Consejo Federal de la AFA, que finalmente resolvió que el cotejo debía continuar con la ejecución del penal, dos semanas después, en el mismo estadio, y con público.
¿Atajó mi hijo o el arquero?
En la reanudación, Gaiera nuevamente frente a Martín. Silencio sepulcral. El golero, ya advertido que el atacante, como en el primer penal y sabiendo de su característica de ejecutarlos a la izquierda, se arroja hacia ese lado, y desvía el remate, promoviendo la algarabía de la hinchada trenquelauquense, y un interrogante, que aún es comentario en las mesas de café.

El relator, era nada menos, que Héctor Martín, padre del arquero, que en su emoción habría exclamado: “Atajó mi hijo¡; ¡Atajó mi hijo!”. Héctor, que, en su juventud, solía lucirse en los bailes de la ciudad como cantor de tangos, lo desmintió siempre señalando que sólo gritó “¡Atajó el arquero!”. Fuera una palabra o la otra, no pudo sin embargo esquivar el shock que le provocó el manotazo salvador de su hijo, y debió ceder por unos minutos el micrófono a Orlando Speranza, su coequiper en la transmisión.
En los 38 minutos faltantes, el marcador no se alteró, por lo que prevaleció el 2 a 1 a favor de los de Rivadavia. La revancha fue el 14 de junio en la cancha de Atlético en Trenque Lauquen. La selección ganó ajustadamente 1 a 0, con gol del infalible artillero ferrocarrilero, el “Vasco” Goicoechea, y clasificó a la instancia siguiente, ya que según la reglamentación vigente entonces el gol de visitante debía ser contabilizado como doble.
Otra vez frente a frente
Años después Gaiera se encontró con Martín, aunque sin reconocerlo, comentando entre los presentes – muestra de lo dolido que había quedado al marrar esa pena máxima – que, por el arquero, (utilizó un término soez) habían sido eliminados, y con ello la posibilidad de seguir cobrando un dinero importante. Para asombro de Gaiera, Martín, se identificó como el autor de esa contención, y entonces la rueda estalló en una generalizada carcajada.
Existe otro antecedente más cercano, en 2003, que tuvo como protagonistas a los conjuntos de Atlanta y Cambaceres, correspondiente al torneo de la entonces Primera B Metropolitana. A 6 minutos del final, penal a favor de “los bohemios”. Las airadas protestas y cantos antisemitas determinaron la suspensión del juego. Prosiguió ¡24 días después!, pero esta vez el pateador acertó y Atlanta ganó 1 a 0.
El premonitorio cuento, nacido de la ocurrente inventiva de Soriano, encontró analogía en la realidad, aunque claro está, de manera más rudimentaria y sin las sutilezas y giros literarios del excepcional escritor argentino. En definitiva, Ricardo Martín – hoy abogado – se convirtió en ese mayo de 1970 en el Gato Díaz, que la narración de Soriano había precisado en 1958 “en un lugar perdido del Valle de Río Negro”.
Agradecimiento a la colaboración del Dr. Ricardo Martín, quien atesora en una voluminosa carpeta, crónicas y fotos del suceso comentado.
(*) La nota se refiere a un hecho puntual, pero quien quiera ahondar en la totalidad de aquella campaña, podrá acudir al libro “¡Dale rojo!”, de la autoría de Guillermo Ruiz y Hugo Tiseira.