Gatti y sus visitas a Trenque Lauquen: entre atajadas, bromas y anécdotas inolvidables

Imagen creada por IA.

Hugo Orlando Gatti murió un domingo. Cuando debutó, la fecha completa del máximo torneo de fútbol de AFA, se jugaba simultáneamente ese día, con puntualidad, a las 15.30 horas, y con las dos hinchadas acompañando en duelo de cánticos y aliento a los equipos que sus pasiones generaban.

Época de transmisiones radiales, que la afición, con la histórica Spika forrada en cuero pegada al oído, seguía las alternativas que se sucedían en los otros campos de juego. O comprando la revista “Alumni”, que contenía las claves para descifrar un tablero que se exhibía en lo alto de los estadios el que iba registrando los distintos resultados.

Todavía los relatores no se habían desprendido del vocabulario inglés llamando “hand” a la mano: “throwin” al saque de banda; “match”, al partido; “goal keep”, al tiro desde el arco, y “goalkeeper” al arquero. Tiempos del lenguaje casi literario de Fioravanti o el más desprejuiciado de Lalo Pelliciari con su afamada muletilla “vamos muchachos, vamos”, cuando el encuentro no poseía el ritmo deseado.

Con el transcurso del tiempo, todo se modificó. La violencia, con el auge agresivo de las barras bravas impidió la convivencia de los aficionados de ambos clubes, y por la sucesión de certámenes diversos, ya se juega cualquier día y hora. Mientras eso sucedía, el “Loco” Gatti, también iba mudando hacia un estilo de arquero más descontracturado. Para algunos pintoresco; para otros, extravagante, capaz de la atajada más brillante a tener que sufrir el gol más insólito.

El uso de la vincha rodeándole la testa, su peculiar vestimenta, jugar más allá de los tres palos, y algunas actitudes de corte histriónico dentro y fuera de la cancha, lo engalanaron en el gusto popular de todas las hinchadas, no sólo la de los clubes en los que jugó, entre ellos los de mayor convocatoria, River y Boca.

Por entonces, ya quedaba lejos su humilde debut en Atlanta, procedente de Carlos Tejedor, un lugar que años después cobraría relevancia, cuando hallaron el cadáver del general Pedro Eugenio Aramburu, ejecutado por la organización Montoneros, en el casco de la estancia “La Celma” de Timote. También, en campos de la zona, moriría el automovilista Luis Rubén Di Palma al estrellarse el helicóptero que conducía regresando a su Arrecifes natal desde la pampeana Santa Rosa.

Hoy Estudiantes, ha superado deportiva e institucionalmente en La Plata, a Gimnasia, su acérrimo adversario. Sin embargo, esta última institución cuenta orgullosamente el haber despertado en la ciudad de las diagonales los dos hechos futboleros más detonantes. El primero, la contratación de Gatti; el último, la de Diego Maradona.

El arquero a su llegada, ya había conmocionado a la hinchada del “Lobo” con una de sus excentricidades. Durante la semana previa a su presentación había anunciado que lo haría descendiendo de un helicóptero que lo depositaría en el centro de la cancha. Por supuesto, que no pasó de un deseo. Razones de seguridad de la autoridad aeronáutica se lo imposibilitaron.

Jugando para Boca, Gatti pasó por primera vez por Trenque Lauquen para participar de la inauguración de la cancha de Barrio Alegre en agosto de 1979, aunque un tiempo antes, el partido se había frustrado, ya que el club de la azul y oro, había enviado un plantel sin sus figuras más rutilantes. La entidad celeste se opuso a jugarlo en esas condiciones y exigió la presencia del equipo superior, tal cual mencionaba el contrato suscripto, cuyo monto, además, se había abonado anticipadamente.

Resuelto el conflicto, Boca cumplió con lo acordado, y llegó, meses después, con sus cotizados jugadores, entre los que se hallaban Hugo Gatti, Andrés Rebottaro, Francisco “Pancho” Sa, Roberto Mouzo, Carlos Squeo, Jorge Benítez, y Carlos Randazzo, entre otros profesionales, más el inefable “Toto” Juan Carlos Lorenzo, su DT. El conjunto de la ribera ganó cómodamente al local 6 a 0.

Posteriormente fueron agasajados con una cena en el extinguido quincho que el club poseía dentro de su predio, donde se produjo un hecho muy risueño, que solía reiterar en sus conversaciones Omar Pedretti. Además de los jugadores y directivos de ambos equipos, se sumaban simpatizantes locales que habían constituido una suerte de comité de recepción.

Al parecer, falló el cálculo del vino reserva dispuesto para la ocasión, circunstancia que bien podría haber inspirado a aquel “se han tomado todo el vino” que popularizó la Mona Jiménez. Para sortear el inconveniente, se apeló a unas damajuanas de vino común que se hallaban en el lugar y se las trasvasó a las botellas vacías de otra valorada marca de entonces.

Cuando Gatti adelantó el primer sorbo del envase llegado a su mesa exclamó entusiastamente complacido: “este sí que es un vinazo”, sin advertir que lo que estaba tomando provenía del ardid de la damajuana.

Años después, y ya retirado de la actividad, Gatti volvió para pernoctar en la ciudad con un grupo de exfutbolistas, entre ellos Amadeo Carrizo, que venían realizando exhibiciones en el interior, pero previamente recalaron en la ya desaparecida confitería “Las Familias”. Esa noche, las copas de whisky se colmaron varias veces, antes de retirarse a descansar, y proseguir con la gira al día siguiente.

En el día de la Pascua cristiana, y casi simultáneamente con la muerte del Papa Francisco, el “Loco” Gatti, extremadamente debilitado en la cama de un hospital, sucumbía ante el mal que lo aquejaba. Este, ni siquiera tuvo la amabilidad de permitirle adelantarse para atajar el zarpazo del destino. Lo que sigue, será pura leyenda.

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