Elena, es la hora feliz de descansar en paz

Elena, la segunda desde la izquierda.

 

Escribe Hernán Sotullo.

El domingo falleció Elena, con la que compartimos tres décadas de dicha y bienestar. Desde hacía cuatro años sufría de alzheimer, un trastorno cerebral progresivo que causa el deterioro gradual en la memoria, y el comportamiento. Lo que habita en la mente difusa de un paciente de esta afección es todavía un enigma donde la ciencia explora procurando hallar alguna certeza. Hoy, es una enfermedad de causa imprecisa y sin cura.

Elena, que era un 0800, capaz de solucionar cualquier tema, manejaba su computadora, y resolvía las cuestiones matemáticas sin necesidad de una calculadora, inesperadamente y aun cumpliendo con todo lo que los médicos recomiendan para esquivar el mal, concluyó extraviándose dentro de sí misma, en los recovecos de su cerebro. La mente decidió escabullirse de su cuerpo.

Los neurólogos instan a caminar, andar en bicicleta y encarar otras ejercitaciones, procurar aprender un idioma o un instrumento, socializar, cantar, bailar, practicar deportes. Fue de las pioneras del básquet femenino en Ferro. Todo eso hacía Elena, que con el peso de dos trabajos se propuso concluir sus estudios secundarios en el viejo Comercial nocturno, y hasta ambicionaba proseguir una carrera universitaria.

Nada de eso resultó para impedir que, durante varios años, pequeños infartitos, como suelen resumir los facultativos, goteen impiadosamente las paredes de su mundo mental hasta inundarlo en su totalidad. La nefasta consecuencia es borrar a la persona del plano familiar y afectivo. Esa crueldad infinita implica hasta dejar de reconocer a sus seres más queridos.

Hoy lloramos su pérdida, pero el duelo comenzó mucho antes en el dolor de verla desaparecer lentamente, y la impotencia de no poder auxiliarla. En nosotros, su familia, sólo cabe el aferrarnos a los recuerdos, las fotos de los maravillosos viajes recorriendo este bendito país, y los sentimientos que nos generó haciendo más felices nuestras vidas.

En nuestra existencia, tan frágil y fugaz, Elena cumplió con creces su paso terrenal. Nos deja el legado de todo lo que acopió para que la cosecha de su herencia humana pueda ser recolectada sin temor a equivocarnos. Allí estarán también su sonrisa, su necesidad de ser útil y ayudar a los demás, y su amor incondicional.

Elena, ahora te merecés largamente estar en el lugar celestial, en paz y sin dolor, para reencontrarte con amigos y familiares que se adelantaron a tu partida. No te preocupes por nosotros, estaremos bien y llegaremos cuando el designio de la vida lo disponga.

 

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