El crack de Independiente que sacó campeón a Atlético Trenque Lauquen en 1960 y terminó preso en Estados Unidos
En los inicios de 1960 recaló en Trenque Lauquen un grupo empresario de perfiles inmobiliarios, ofreciendo la venta de lotes en la ciudad balnearia de Miramar, uno de cuyos integrantes sería fundamental en la consagración del Atlético local como campeón de la Liga Trenquelauquense de ese año.
Se trataba nada menos que de Raúl Osvaldo Leguizamón, que brilló en el mediocampo del Independiente de Avellaneda durante trece temporadas, jugando al lado de otras viejas glorias como el paraguayo Arsenio Erico, el máximo goleador de la historia del fútbol argentino, Antonio Sastre, y Vicente “Capote” de la Mata, entre otros cracks del plantel rojo de entonces.
Integrante del bicampeón récord de 1938/39; y el posterior de1948, llegó, además, a disputar tres encuentros en el seleccionado argentino, conquistando un gol. Después de Independiente pasó a Atlanta, para culminar su carrera en el América de México, país donde dirigió a un equipo de segunda división, con el que logró el ascenso a la categoría superior.
Según las crónicas de la época “El Negro”, como lo apodaban, fue el jugador que mayor cantidad de pelotas recuperaba, y el frecuente iniciador de los ataques que sus compañeros concluían. Agregaban a sus características, su gran quite, voz de mando y temperamento.
Vendedor de terrenos
Enorme trayectoria, que hoy le hubiera valido contar con una regular fortuna. Sin embargo, en su época no cobraban tan elevados sueldos, ni transferencias millonarias, más allá de gastarlos, muchos de ellos, en copas, cabarets y placeres. Era natural que, al término de sus vidas útiles en el fútbol, debían apelar a otras ocupaciones.
En esos menesteres, llegó el “Negro” Leguizamón a Trenque Lauquen para tentar a nuestros vecinos que adquirieran terrenos en Miramar, y edificaran allí su refugio veraniego.
No estuvo demasiado tiempo en la ciudad, el suficiente para vincularse con el club Atlético, al que le aportó toda su sabiduría futbolística, para contribuir decisivamente como su orientador en la obtención del torneo de 1960, uno de los más recordados por la gente del Parque, de formidable efectividad, tanto que en los 14 partidos disputados ese año convirtió 50 goles, 22 de los cuales fueron anotados por Héctor Rossino, su temible artillero, que además encabezó la tabla de goleadores de ese certamen.
Leguizamón, más allá de participar de algunos “picados” con los circunstanciales amigos que iba conociendo, entre ellos, Roberto Martín, empleado jerárquico en la sucursal del Banco Nación, y ex jugador de Racing, solía recorrer cuando se apagaban las luces del día, la noche trenquelauquense, y en uno de esos periplos, según cuenta un testigo privilegiado, ingresó a la sede del club, que se hallaba en la calle Roca al 900, y también funcionaba como una suerte de bar.
Estaban allí los jugadores de Atlético procurando diseñar una estrategia para enfrentar al poderoso equipo de Argentino, el de “Perico” García, “Pedrín” Cabrera, el “Zorro” Bustos, Galván, y otros fenómenos de la pelota. Leguizamón se mezcló en el intercambio de opiniones, pidió que le describieran las características del conjunto “Decano” y de sus jugadores y rápidamente les indicó el modo de plantarse en el campo de juego.
Extraordinaria campaña
Detallan que les sugirió algo inédito para nuestro juego chacarero: que los punteros bajaran para controlar las subidas de los marcadores de punta rivales, entre otras recomendaciones. Esa tarde, siguiendo sus instrucciones, con un Argentino casi anulado en sus sincronizados desplazamientos, Atlético lo venció 3 a 1, tras sacarle una ventaja inicial de tres goles. “Ni siquiera nos pudieron hacer un gol, porque el de ellos fue en contra nuestra”, se solazaba uno de los partícipes de ese encuentro.
Con el correr de los partidos, salvo algún par de tropiezos, fue demoliendo rivales, al punto que ya una fecha antes, Atlético se había alzado con el campeonato, dejando sin chances a sus perseguidores. En el fondo de la tabla, Barrio Alegre perdía la categoría, descendiendo a la segunda división.
El último encuentro, en la antigua cancha de Ferro, tuvo una rúbrica épica. Perdía 3 a 0 en el primer tiempo, y jugaba casi con 9. “Tin” López había sido expulsado, y el zaguero Coronel, lesionado, con una venda que le cruzaba la cabeza. Entonces, no estaban habilitados los cambios, por lo que los once que entraban continuaban hasta el final, y si alguno debía salir por lesión o expulsión, ese equipo quedaba inexorablemente en inferioridad numérica.
Descontó Rapetti, a poco de comenzar la segunda parte, pero lo emotivo estaba reservado para el final. A los 39 minutos Rossino, de penal, puso la cuenta 3 a 2, y a los 43, Raúl Lanz selló el empate, ante el delirio de la afición del “Indio”.
En ninguna de las fotos conocidas, se lo ve a Leguizamón junto a los jugadores. En cambio, se distinguen a ambos lados de esas formaciones a Augusto “Poroto” Reymon, y a Carlos Trionfetti, a los que se los define como “colaboradores”.
Nadie dudaba que lejos de los flashes, se escondía el cerebro de Leguizamón, como el auténtico técnico de esa escuadra del Parque, sumado a un elenco que agrupaba a singulares talentos futbolísticos. Es esencialmente evocada la delantera de las “4R”, que integraban junto a Lanz, Rabasa, Rossino, Recoulat y Rapetti. La nómina completa, además de estos últimos, incluía los apellidos de Muñiz, Latour, Moreira, Cejas, Coronel, Cabeza, Castro, Saénz, Moreno, López, y Nievas.
Romance y prisión
Antes de llegar a Trenque Lauquen, a Leguizamón se lo vinculó con un fugaz romance con Eva Duarte, entonces una casi desconocida actriz de reparto, que ni por asomo, imaginaba que años después se convertiría en la esposa del general Juan Domingo Perón, en uno de los íconos del peronismo, y de devoción de sus partidarios que la ungirían como “La abanderada de los humildes”.
Después, su vida aventurera se mezcló con algunos negocios opacos. Una reciente nota publicada en el diario “La Nación”, referida a las turbias andanzas del mafioso francés François Chiappe, lo cita tangencialmente al Negro Leguizamón dentro de su entorno.
Chiappe llegó a la Argentina con peligrosos antecedentes, que lo relacionaban como colaboracionista de los nazis en Francia, y de estar asociado a organizaciones que traficaban heroína. En Buenos Aires cayó preso por el robo de un banco, y alojado en el penal de Devoto.
De allí pudo huir en mayo de 1973, cuando se abrieron las puertas de la cárcel para darles la libertad a los detenidos por la dictadura camuflándose entre ellos. Tiempo más tarde volvió a ser encerrado en Estados Unidos, en un episodio ligado al comercio de estupefacientes.
Leguizamón estaba con él y corrió la misma suerte. Tras cumplir varios años de condena, volvió a la Argentina, donde murió en julio de 1990. En Trenque Lauquen, Raúl Osvaldo “El Negro” Leguizamón dejó mejores recuerdos, especialmente entre los simpatizantes de Atlético, y antes en la adoración de hinchas del “Rojo” de Avellaneda.